Un paseo por
París
A primerísima hora,
doy una vuelta
por el cementerio de Père-Lachaise:
en busca del tiempo perdido
me encontré con Gertrude Stein
(y en el reverso Alice Toklas
es Alice Toklas
es Alice Toklas),
y con Delacroix guiando al pueblo;
fotos frente a la tumba
de Oscar Wilde
(deidad alada
en el frontal de la misma,
obra del escultor Jacob Epstein,
a la que algún coleccionista
cortó el pene),
frente a la de Jim Morrison,
de lejos la más visitada,
frente a las de Molière y La Fontaine,
ambas contiguas,
frente a la belleza
imperecedera
del panteón
en el que descansan
Eloisa y Abelardo,
amantes del medievo,
frente a la Piaf, la Duncan, la Callas,
frente a Balzac.
Y mientras cientos de japos
graban todo esto,
el mundo seguirá dando vueltas,
comosinada.
Un paseo por
Milán
Avanzo por una calle,
cerca de Via Manzoni,
hacia algún sitio,
pensando en nada:
publicidad en las paredes:
<<Lávalos en agua bendita>>,
nos sugiere un
fabricante italiano
de vaqueros
al respecto
de su último producto estrella,
en los que enfunda
a modo
de casi única vestimenta
sus voluptuosas curvas
una espectacular modelo
de estudiada mirada copulatoria:
publicidad en las paredes,
pensando en nada.
Tokio, ida y
vuelta
En Navidad hace frío y tiempo:
en un oscuro callejón, cerca de Shinjuku,
apostando mis últimos yenes
entre intérpretes de la ruleta rusa,
desafiantes ante el teatro del infinito,
interrogantes todos
por una milésima de segundo:
desafío también ante toda lógica,
ante toda probabilidad,
versus toda matemática,
a la que por esta vez se derrota
(excluyente moneda, ruleta de suicidios:
cinco caras para una sola cruz
en singular poesía aleatoria).
Salgo indemne
y tras la suerte
queda sellado mi beneficio,
que rápidamente habré de finiquitar
en forma de sucesivos desacatos:
a la diosa Fortuna
(seguiremos tentándola),
al metabolismo propio
(¿por qué está el bar del hotel
repleto de Godzillas?),
y a las buenas costumbres,
cadalso, perdición y deseo
en barrios de prepago,
pasando de pasar de sol a secundario
(deseo de ser Tim Duncan).
Por Ginza, Roppongi Hills y Omotesando
rompo a llover en mil pedazos,
y por calles de dolor
en Metrópolis gastada,
circulan estos mis ojos vendados,
de no poder verla,
de más nunca posarse en ellos reflejo
de sus ojos, sus labios,
su culito, su alma:
lágrimas hechas trizas.
De vuelta a casa,
me exhala Madrid
con su hálito imperecedero,
intrusivo, afín,
el recuerdo de un pasado,
ella y yo, ambos,
en común,
la vida como sumatorio acotado
de experiencias en presente continuo:
entre otras
un verano follando en Harvard,
felices como bestias,
felices como fiestas,
tante auguri a te,
también hubo momentos
hard discount
(esto es,
admiramos el cine de Fassbinder
–Rainer Wender-
en paralelo y en continuo;
compartiendo sudor y caracolas
vivimos champán y calambres,
y otras veces dejamos fluir el tiempo
como quien admira a Fassbinder).
Todo se rompe…
…excepción hecha, claro está, de la
eternidad:
nuestro último cuarto de hora juntos,
una escasa porción de ser humano:
un hospital en pretérito pluscuamperfecto
(o sea, un koljós en Venecia).
Después pregunté
a un cónclave gremial de filósofos
acerca del sentido de la vida
y ellos me remitieron a Wall Street
visiblemente consternados,
casi muertos de risa.