La noche de todos
Son nuestras las palabras
que abandonamos,
nuestros los astros
que nos acercan
al lodo, a la cruz, al
círculo,
a la cadena de humanos
que gritan y cantan.
Son los senderos de ayer,
las hojas de los árboles,
el viento, las bocas, la
rueda,
la silla, la escalera,
el columpio y los ojos.
Son nuestros los lenguajes
que olvidamos, los
entierros.
Así vamos llenos de objetos,
de costuras, de manos
prestadas
hacia el último día,
la noche de todos.
Más o menos yo
No sé si soy más o menos yo
cuando tiemblo por la tarde
y me encrudezco,
más o menos yo si digo
mi nombre una sola vez
o cuando son ecos las
pisadas.
No sé si es más blanco
el aire o las sábanas,
ahora que infecto
los ojos con rareza.
Si decir que vengo o regreso
de antojos mínimos
o que he tenido todo
de golpe.
He esperado mi regreso
Veo labios dentro de mis
labios.
Veo manos dentro de mi boca.
Veo gente en el vidrio.
No hay más tierra ni casa,
sólo un rostro en el muro.
Me parezco al ruido de la
carne
cuando tiembla.
He esperado mi regreso,
cada tarde escucho
un zumbido lagarto
en la esquina.
A veces, hay una flauta.
Vuelo dentro de la mano
y alcanzo la luz alfombrada
de un viento que sube,
uno capaz de romper, acudir,
besar las moscas de mis
dedos.
Prometí llegar de la sed,
y tocar a la puerta
con mi equipaje,
abrir el rencor de la
garganta
y parecerme más a lo que
soy.
Hablo de sobrevivir.
La espalda arde con el día,
añeja la espera, lo ridículo
de las uñas cuando se
tuercen
y se cae la piel a pedazos.
Dar forma es
quedarse allí sin comenzar,
traer el nudo,
recoger lo que sobra
después de nombrarnos
Oscúrame
la pared blanca y enmohecida
que nos lleva al interior de
la mano.
Ilumina el bosque de junio
donde llueve y palpita el
lodo.
Hay una sala de espera
y gente que camina en
círculos.
Alivia la sed de las ramas,
el mar abierto entre
escombro y acordes.
Quédate en lo cruel, lame desde
allí
la mejilla del sol que se
hunde
por dentro del estómago.
Reaparece en el piano,
en el aspa, en el pozo
quirúrgico
de las aves cuando
cantan.
Oscúrame.
Intacto
Certeza es la piel reflejada
en el agua
Son las manos que navegan en
lo profundo
hasta que alguno niegue el
horizonte
sentado en la piedra blanca
de la vejez
Aún hay tiempo para nombrar
bajo la montaña
la luz que se escurre en el
polvo
Los árboles fugaces
comienzan a teñir el paisaje
de afiladas grietas como
venas en la noche
La ciudad se repite
con su constelación hostil
de ojos
negando el pulso del sol en
las sienes
También
el amanecer
se conserva intacto
contra el mar.
Los rieles del cuerpo
Supongamos que es cierto. Uno sale
de casa, mira rostros
en el puente
o la avenida. Alguien duerme en el vagón
Uno escucha. Y todos vamos en secreto
signos queloides
acertijos
que atraviesan con prisa la mirada
Muy pronto ardemos
entre atardeceres de alquitrán y polilla
Los monólogos sobre los rieles del cuerpo
dejan a su paso un sonido que recae
en las ausencias que se acumulan
en alguna parte
El lugar al que llegaré
con el bolsillo hinchado
la mano vacía.
La vida artificial
Una
lámpara. Un vaso. Una botella
sin
más utilidad ni pertenencia
que
estar allí, que dar a la conciencia
un
soporte casual. Mas no la huella...
Severo Sarduy
Avanza el polvo
Mejor sería confundir la piedra con un llanto
creer que esa casa conservará las palabras, los
silencios, cada
golpe y herida
Sólo las sombras se dispersan
Una casa es una casa cuando susurra cada objeto, cuando
canta
una luz
cuando alguien muere al salir de ella o en ella
Una casa es un vacío que ha de llenarse de pretextos
Ahora no hay lugar que alcance
otras miradas se han estacionado en el aire
El asco carcome
lento
a pasos intermitentes
El suero gotea
los peces respiran
mi madre respira
La vida recorre angostos túneles de transparencia
artificial
Nadie quiere entender que la piel es más veloz que la
calle
Avanza el polvo. Avanzo.