jueves, 3 de marzo de 2016

Tres poemas de Ernesto Esparza


Aforismos  ociosos  para un día de asueto

Que la poesía, como niña en  tobogán,  se deslice  en los rubios caireles
de la mujer cuya sombra desvestiré esta noche
que una carne a otra  pueda revelarle  sus secretos
baúl de tegumento, como  arcanos tesoros exhumados
por medio de  ráfagas  de besos y caricias
que los jadeos  en el proscenio de la garganta
se esculpan en la arcilla de un beso
que los titiriteros del poder y sus marionetas
sigan creyendo que nunca  pasará nada
que lo más ordinario que los amantes recojan en sus horas de delirio
sean escombros de estrellas vagabundas
que las manos cuyas sombras dan más luz que el sol
iluminen esta frente derramada en oscuridad
que el disléxico sudor del sexo  deletree con corrección su  nombre
que los poros de tu piel sean volcanes
y hagan erupción por la persona adecuada
que no sean en vano
la decapitación de los dientes, nuestros sueños puestos a prueba
las utopías lastimadas  ni la insolación de las ilusiones
y que a los canallas los cubran balas y olvido
Que la poesía se desmarque totalmente   de  los políticos
de sus discursos  glaciares,  que son  témpanos alfabetizados
de sus estafas patentadas  y de  la esquizofrenia de sus trajes importados
de su risa mórbida   y de  su caspa  que confabula
que los señuelos de victoria en victoria pudiéramos convertir
que el cardumen de una lengua que gira en el agua cónica
de unos trasnochados y briagos senos
pudiera aplazar el fragor del tiempo o, en su defecto, distraerlo
que las caricias que no te dieron  se transfiguren
en el  caótico hervor del té que beberás
en los fractales de las olas que tus pies desbaratan
en el susurro de placer del mueble donde te sientas
que un simple beso de quien ames acuñe tus latidos
que un relámpago de estupor  me atraviese de una vez
para que lo que quede
pavesa balbuciente o laberinto que extravió su propia salida
pueda tener un poco de paz
que  pueda   saciar mi sed  con saliva de mujer
que la eternidad se pueda encontrar entre los minutos 25 y 26 del reloj
o en la despeinada liturgia de los sexos que se machihembran
que las cosas que no sirven para nada  como el ocio, como la poesía
se vuelvan imprescindibles
y que a los canallas los cubran balas y olvido
Que un jirón  de viento exiliado traiga aunque sólo sea
el recuerdo del eco de una estrofa de un  verso
que un poeta escribió en un papel  ya  quemado
que la política sea otra cosa que   esta farsa de trásfugas
demagogos transgénicos con poder trastornado
que produce ciudadanos transidos
que pueda aderezar mis comidas con unos gramos de sarcasmo
y una pizca de contradicción
que un par de  senos desnudos corrijan  el estrabismo
que el estrabismo exista sólo para ser corregido por  dos  senos desnudos
que esos que promueven las guerras estén en la primera línea de batalla
a ver si, en caso de sobrevivir, siguen con sus afanes guerreros
que pueda beberme el otoño que  está a la vuelta de la esquina
y a  la estupidez la arrastre el viento como a  las hojas secas
que una causa probable de mi locura sea tu programado abandono
que pudiera reunirme con algunas gentes que ya fallecieron
como en una plática cotidiana, luego de comer en la casa familiar
y que a los canallas los cubran balas y olvido



Poblado sin gatos



Lo que él  en aquel tiempo sabía de la muerte
a  su corta edad
era el auto que atropelló a su  gato atigrado
y el pesado sueño de su  abuelo en su caja de madera
pero el gato al día siguiente estaba echado en su rincón
los gatos tienen nueve vidas, le  aclaró una tía
tu abuelo trabajó toda su vida y debía descansar
le  dijo su  madre, y llovía café de sus ojos marrones
Al parecer, la inmortalidad era posible
se podía hacer con la muerte un pacto, como su  gato
o vivir en  un sueño, como su  abuelo
Hasta que ellos vinieron
venían con policías y venían de las tierras  a apropiarse
porque los grandes no consintieron que de ellas dispusieran
para sus fechorías
El pecho abierto en flor de su  padre
le  enseñó en realidad lo que era la muerte
Dicen algunas gentes, por lo bajito, que los policías
quemaron  vivos a los campesinos más bravos
y esparcieron sus cenizas en el monte
para que nadie supiera qué les había pasado
Con todo y su puñado de vidas,  qué miedo habrán tenido los gatos
de esos hombres
que todos se fueron del pueblo…


 Ocho a cero


Hay veces en que  los excesos químicos
ganan por goleada
la conciencia queda reducida a papilla
y nos cubre   una epiléptica penumbra
El saldo de una botella de licor  y  una mujer bezuda gritando que no
una  contumelia   y  sangre escapándose de  un difuso  cuerpo
se alternan  en el  mapa indescifrable de nuestra mente
Luego,   llega el muchacho de la luz y nos la corta, de súbito
ni siquiera alcanzamos a  pensar si despertaremos de nuevo
o si queremos despertar
sin embargo, sucede lo impensable, lo inesperado
el muchacho de la luz,  la reconecta
y eventualmente,  un ojo apretado como culo, se abre, flor pútrida
y con la explosión de conciencia
viene la pregunta
qué atrocidad habremos cometido  ayer