Hoy
nos va a hablar de los monstruos que cría el sol
que
cría el amor
que
cría la duración
que
cría la tristeza
que
cría la memoria
que
cría la vagancia
que
cría el río
que
cría el puente
que
cría el arco
que
cría la sombra
que
cría el sosiego
que
cría la figura del agua en el ojo ajeno
que
cría el mal
que
cría el miedo
que
cría la intención
que
cría el acto bruto
que
cría la culpa
que
cría su rémora de insectos en la piel por inercia
que
cría el aire de las moscas y las arañas
que
cría a la señora del veneno
que
cría la muerte diminuta
que
cría un espíritu en trance por el residuo de lástima
que
cría el corazón cantando al revés:
por
quién por qué,
algo
así no dice su nombre.
Nos
va a hablar de los monstruos, de las causas,
primero,
no
de los efectos, tan secundarios en este tramo,
en esta calle;
del
odio que se disimula, por ejemplo, en los parques
bajo
el follaje dividido, donde ella susurra “buenos días”,
“buenas
tardes”, “hola”, “adiós”, dependiendo del trayecto:
ella
tan prójimo, él tan persona, la mascota entre ambos,
como
sujeto del énfasis,
ella
de arcilla remota, inexperta,
él
de tierra entre lámina y azogue.
Nos
va a hablar de semejanzas, de seres que deambulan
con
su propia, íntima conciencia, de quimeras, de
especulaciones,
de
aquí lanzo mi suerte, de allá pongo la tuya: cornisa
de piedra
bien
templada como el albaricoque de Stevens, cuando
brilla
en
su rincón designado y no significa.
Nos
va a hablar, ya empieza, de las visiones en el muro
blanco,
de la amenaza que medra con el azar,
de
las profecías
en
los esquemas de futuro que inventamos con cada
itinerario,
de la moral colectiva, del individuo clandestino,
del
pueblo: ¡no se atrevería!
Nos
va a hablar: antes dispuso el porcentaje que la mira.
Los
monstruos, concluirá existencialista, humorista,
recalcitrante,
somos
los otros, tanteando, ella enjuta y varada, él en
su remilgo
sereno:
mi casa es tu casa es su casa es la casa de
todos