sábado, 29 de abril de 2017

Oráculo de Fernando Yacamán Neri







No es que los oráculos hayan dejado de hablar,


sino que los hombres han dejado de escucharlos.


Lichtenberg, Georg Christoph





David


I





David ola nocturna reventó la cama, relámpago en el sexo, marea de penumbras; mi esperma salpicó en él y creó otro universo.





II



David fue sueño, desperté con espuma entre las piernas.




III



David regresó como mantarraya nocturna. Su noche humedeció mis axilas, y la boca; destruyó mi sexo erguido. 


Meteoro se estrelló contra la tierra.





IV





Círculo de sal bajo mi cama. Vaso de agua sobre el buró. Oración a la Santa Blanca. David vuelve al abismo del que escapaste.





V





David regresó como medusa nocturna, se volvió líquido sobre mi cuerpo, se metió hacia mi  uretra; en las arterias palpitó la noche.




VI


David, ahora te espero.



VII



Desde la ventana me pregunto si David regresará; bajo mi piel está su tormenta. Creo que su crimen lo consume en otros cuerpos. Me pregunto si de lanzarme por la ventana sería yo quién lo encontraría.


Teodoro


I


Teodoro es el hombre búho. Oscurece y comienza su cacería de hombres como yo; con la noche en la sangre.


II


Me observa sin parpadear. Hipnotiza. Entre las plumas de su pecho se asoma un diminuto sol.


III


Teodoro habla de emprender el vuelo. Es feliz al borde del barranco, cuando asoma medio cuerpo por la ventana, su mayor diversión es caminar azoteas. Juró que la vida es mejor en el aire.


IV


Me observa cuando despierto. Insiste en lazarnos por la ventana, a veces parece que sonríe. 


V


Su ulular es el ritmo de mis sueños.


VI


Desperté por un sueño. Teodoro a mi lado devoraba una rata, sólo quedó su cola agitándose entre su pico. “La noche ahora está en calma”. Cerré los párpados.


VII


Teodoro insiste en aventarnos por la ventana. “Juguemos a los suicidas”. Él se elevó al cielo hasta ser oscuridad.




Otto


I





La noche es un animal en los sueños de Otto y su aullido me despierta.





II





De las manos de Otto escurre pintura, cae en sus pies. Sobre la pared no logra plasmar el animal y la golpea hasta abrirse la piel.





III





Otto pinta el día de noche para atrapar al animal.





IV





De las manos de Otto escurre el color de los ahogados. “Eres culpable”. Sus puños en mi pecho disparan la penumbra.





V





Despierto con la fuerza de Otto marcada en la piel.





VI





Otto no pinta paisajes. “En mis ojos se difuminan”. Ni retratos. “Aparece el perfil que despliega la noche”. Tampoco fruta. “Se pudre”. Otto hoy sonríe “Logré pintar el animal” veo tinta que escurre del muro.





VII





“Su aullido es gemido ahogado” Otto escucha al animal. Me acerco al muro, no lo oigo, ni encuentro su forma. 





VIII





El animal escapó del muro. Otto renuncia y avienta pintura por la ventana; la ciudad se tiñe. De sus manos escurre sol líquido y me abraza. Su tormenta destruye mi sexo. Sus puños crean la marea de mi sangre. Lo beso para acabar con la vida. El aullido del animal resuena en las paredes. Otto ahora es líquido en mis brazos. Su boca se diluye en la mía, los ojos se difuminan, su sangre salpica la duela.





Ignacio





I





Ignacio tiene sus alas heridas y los ojos azules por el crimen que no confiesa.





II





Ignacio me envuelve con sus alas y me ve con la certeza de la eternidad.  





III





Yo sé que Ignacio miente; moriremos respirando nuestro aliento.  De sus alas emergen raíces de la noche.





IV





La tormenta está por destruir sus ojos y confiesa su crimen. No creo en sus manos desfiladero de la muerte, pero atrás de él, las montañas se fragmentan, la tierra se erosiona y las serpientes agonizan. Ignacio sonríe. El cielo se abre, el viento golpea y un águila muere; Ignacio me besa y la noche se despliega de sus alas.





Centauro


I


La fuerza de mis piernas no alcanza a Centauro. El bosque es su templo y hace de él mi laberinto.


II


Un venado muerto al lado del lago. Centauro devora su presa y la sangre escurre por su boca, hacia el dorso, en su cuerpo de caballo. Los astros en movimiento se reflejan en el lago.


III


Amanece y la cacería comienza. Sobre la tierra encontré sus huellas y me llevaron a un barranco. Descubrí otro rastro y acabé en el lago donde el cadáver del venado se descomponía. Otras de sus huellas me llevaron al nido de una serpiente.


IV


En el intento de alcanzarlo caí en el lodo. Centauro sonrió. La muerte pulsa su mirada.


V


Pienso en Centauro hasta dormir. Despierto y lo busco. Cierro los párpados y temo perderme en mi oscuridad; los abro y veo su sombra fugaz entre los árboles.


VI


Taquicardia es la certeza de lo único que tendré de él, será pensar en él; la cacería me sostiene.


VII


La sombra veloz de Centauro se vuelve tornado entre los árboles y crea vórtices la noche.


FERNANDO YACAMÁN NERI 


(Ciudad de México, 1985)  Ha publicado dos libros de narrativa Ya quiero despertar (FOC 2014) y La pócima del diablo (Viernes Editores 2015). Su obra literaria se ha publicado en diversas antologías y revistas; nacionales y extranjeras. Con el apoyo del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Aguascalientes 2010, ha terminado y publicado en una antología su colección de cuentos Los ángeles del último sueño. Recibió el premio del segundo lugar Punto de Partida UNAM 2009, el premio Elena Poniatowska UAA 2009 y mención honorífica en el premio la Crónica como Antídoto UNAM 2014. Escribió la dramaturgia de la obra Destrozando el Tiempo que se ha presentado en diversos foros en la Ciudad de México. Su libro de narrativa El cuerpo de la noche (Casa Editorial Abismos) se encuentra próximo a publicarse.