No es que
los oráculos hayan dejado de hablar,
sino que
los hombres han dejado de escucharlos.
Lichtenberg,
Georg Christoph
David
I
David
ola nocturna reventó la cama, relámpago en el sexo, marea de penumbras; mi
esperma salpicó en él y creó otro universo.
II
David
fue sueño, desperté con espuma entre las piernas.
III
David
regresó como mantarraya nocturna. Su noche humedeció mis axilas, y la boca;
destruyó mi sexo erguido.
Meteoro
se estrelló contra la tierra.
IV
Círculo
de sal bajo mi cama. Vaso de agua sobre el buró. Oración a la Santa Blanca. David
vuelve al abismo del que escapaste.
V
David
regresó como medusa nocturna, se volvió líquido sobre mi cuerpo, se metió hacia
mi uretra; en las arterias palpitó la
noche.
VI
David,
ahora te espero.
VII
Desde
la ventana me pregunto si David regresará; bajo mi piel está su tormenta. Creo
que su crimen lo consume en otros cuerpos. Me pregunto si de lanzarme por la
ventana sería yo quién lo encontraría.
Teodoro
I
Teodoro es el hombre
búho. Oscurece y comienza su cacería de hombres como yo; con la noche en la
sangre.
II
Me observa sin
parpadear. Hipnotiza. Entre las plumas de su pecho se asoma un diminuto sol.
III
Teodoro habla de
emprender el vuelo. Es feliz al borde del barranco, cuando asoma medio cuerpo
por la ventana, su mayor diversión es caminar azoteas. Juró que la vida es
mejor en el aire.
IV
Me observa cuando
despierto. Insiste en lazarnos por la ventana, a veces parece que sonríe.
V
Su ulular es el ritmo
de mis sueños.
VI
Desperté por un sueño.
Teodoro a mi lado devoraba una rata, sólo quedó su cola agitándose entre su
pico. “La noche ahora está en calma”. Cerré los párpados.
VII
Teodoro insiste en
aventarnos por la ventana. “Juguemos a los suicidas”. Él se elevó al cielo
hasta ser oscuridad.
Otto
I
La
noche es un animal en los sueños de Otto y su aullido me despierta.
II
De
las manos de Otto escurre pintura, cae en sus pies. Sobre la pared no logra
plasmar el animal y la golpea hasta abrirse la piel.
III
Otto
pinta el día de noche para atrapar al animal.
IV
De
las manos de Otto escurre el color de los ahogados. “Eres culpable”. Sus puños
en mi pecho disparan la penumbra.
V
Despierto
con la fuerza de Otto marcada en la piel.
VI
Otto
no pinta paisajes. “En mis ojos se difuminan”. Ni retratos. “Aparece el perfil
que despliega la noche”. Tampoco fruta. “Se pudre”. Otto hoy sonríe “Logré
pintar el animal” veo tinta que escurre del muro.
VII
“Su
aullido es gemido ahogado” Otto escucha al animal. Me acerco al muro, no lo
oigo, ni encuentro su forma.
VIII
El
animal escapó del muro. Otto renuncia y avienta pintura por la ventana; la
ciudad se tiñe. De sus manos escurre sol líquido y me abraza. Su tormenta
destruye mi sexo. Sus puños crean la marea de mi sangre. Lo beso para acabar
con la vida. El aullido del animal resuena en las paredes. Otto ahora es
líquido en mis brazos. Su boca se diluye en la mía, los ojos se difuminan, su
sangre salpica la duela.
Ignacio
I
Ignacio
tiene sus alas heridas y los ojos azules por el crimen que no confiesa.
II
Ignacio
me envuelve con sus alas y me ve con la certeza de la eternidad.
III
Yo
sé que Ignacio miente; moriremos respirando nuestro aliento. De sus alas emergen raíces de la noche.
IV
La
tormenta está por destruir sus ojos y confiesa su crimen. No creo en sus manos
desfiladero de la muerte, pero atrás de él, las montañas se fragmentan, la tierra
se erosiona y las serpientes agonizan. Ignacio sonríe. El cielo se abre, el
viento golpea y un águila muere; Ignacio me besa y la noche se despliega de sus
alas.
Centauro
I
La fuerza de mis
piernas no alcanza a Centauro. El bosque es su templo y hace de él mi
laberinto.
II
Un venado muerto al lado
del lago. Centauro devora su presa y la sangre escurre por su boca, hacia el
dorso, en su cuerpo de caballo. Los astros en movimiento se reflejan en el lago.
III
Amanece y la cacería
comienza. Sobre la tierra encontré sus huellas y me llevaron a un barranco. Descubrí
otro rastro y acabé en el lago donde el cadáver del venado se descomponía. Otras
de sus huellas me llevaron al nido de una serpiente.
IV
En el intento de
alcanzarlo caí en el lodo. Centauro sonrió. La muerte pulsa su mirada.
V
Pienso en Centauro
hasta dormir. Despierto y lo busco. Cierro los párpados y temo perderme en mi
oscuridad; los abro y veo su sombra fugaz entre los árboles.
VI
Taquicardia es la
certeza de lo único que tendré de él, será pensar en él; la cacería me
sostiene.
VII
La sombra veloz de
Centauro se vuelve tornado entre los árboles y crea vórtices la noche.
FERNANDO YACAMÁN NERI
(Ciudad de México, 1985) Ha publicado dos libros de narrativa Ya quiero despertar (FOC 2014) y La pócima del diablo (Viernes Editores 2015). Su obra literaria se ha publicado en diversas antologías y revistas; nacionales y extranjeras. Con el apoyo del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Aguascalientes 2010, ha terminado y publicado en una antología su colección de cuentos Los ángeles del último sueño. Recibió el premio del segundo lugar Punto de Partida UNAM 2009, el premio Elena Poniatowska UAA 2009 y mención honorífica en el premio la Crónica como Antídoto UNAM 2014. Escribió la dramaturgia de la obra Destrozando el Tiempo que se ha presentado en diversos foros en la Ciudad de México. Su libro de narrativa El cuerpo de la noche (Casa Editorial Abismos) se encuentra próximo a publicarse.