Última carta
¿Qué ocurrió
aquella noche? Aquella última noche
En que todo fue
expuesto dos veces,
Tres. Te vi viva
por última vez
Al caer la tarde
del viernes
Quemando en el
cenicero con una extraña sonrisa
Esa última carta
a mí. ¿Había yo estropeado tus planes?
¿O me había
sorprendido antes de lo que tenías previsto?
Una hora más
tarde y ya te habrías marchado
Donde yo no
pudiese encontrarte.
Yo, con tu carta
en la mano,
Un rayo que no
podía llegar a la tierra,
Me habría
alejado de tu puerta cerrada y roja
Que ya nadie
abriría.
Eso para mí
Hubiera sido un
tratamiento de choque
Que se repetiría
una vez y otra, todo el fin de semana,
Cuando la leyera
o simplemente al pensarla.
Eso hubiera
ordenado mis pensamiento y mi vida.
El tratamiento
que planeabas necesitaba tiempo.
No puedo
imaginarme cómo
Hubiera podido
soportar ese fin de semana.
No puedo
imaginarlo. ¿Lo tenías ya todo planeado?
Tu nota me llegó
demasiado pronto. Ese mismo día,
Viernes en la
tarde y la habías mandado en la mañana.
La adelantaron
los demonios que siempre prevalecen.
Esa fue una más
de las pajas de la mala suerte
Que contra ti
quiso poner el servicio postal
Y que se añadió
a tu carga. Salí rápido por entre la nieve
Ya azulada en
Febrero. Anochecía en Londres.
Lloré de alivio
cuando abriste la puerta.
Mil y un
acertijos a solucionar. Lágrimas precoces
Que no pude
interpretar, que fracasaron al comunicar
Su verdadera
importancia. Pero lo que dijiste,
Sobre las
cenizas aún humeantes de esa carta
Destruida con
tanto cuidado, con tanta calma,
Me dejó dejarte,
marcharme
Para que
quitaras las cenizas de tu plan, del cenicero
En el que
apoyaste para que yo leyera
El número de
teléfono del doctor.
Mi huida
Se había
convertido en un hechizo,
Desesperanzado e
insomne, con todos sus sueños gastados,
Y yo sólo quería
volver a capturarlos, sólo quería
Caer en algún
sitio fuera de ese vacío.
Dos días de no
hacer nada. Dos días gratis.
Dos días sin
calendario y robados
De un mundo sin
nombre
Más allá de lo
del día, de sentimientos y de nombres.
El amor de mi
vida lo agarró. El desmayado amor de mi vida
Con sus dos
agujas locas,
Esas que tejían
su rosa, esas que atravesaban y anudaban
En el tapete su
tatuaje sangriento
En algún sitio y
adentro de mí,
Anudando ese
embrollo blasonado,
Dos agujas
locas, pespuntando sus pespuntes,
Eligiendo
De mis nervios
sus colores,
Rehaciéndose
adentro de mi piel, rehaciéndose
La una a la otra
como una caricatura.
Su obsesionado
entrar y salir. Dos mujeres
Cada una con una
aguja.
Esa noche
Mi Susan de De
la Robbia. Me moví
Con la
circunspección
De una llama en
la mecha. Toda mi furia
Era un esfuerzo
abandonado de volar
El viejo globo
sobre el que las sombras doblaban
Mi delator
rastro de ceniza. Corrí
De un lado a
otro, corrí mirando atrás, una película al revés.
¿Corrí hacia
dónde? Fuimos a Rugby Street
Donde tú y yo
comenzamos.
¿Por qué fuimos
allí? ¿De todos los lugares donde pudimos ir,
Por qué fuimos
allí? La perversidad
En el arte de
nuestro destino
Ajustó sus
refinamientos para ti, para mí,
Para Susan. Un
solitario
Que jugaba a ser
el minotauro de ese laberinto
Que incluía
hasta a Helena en la planta baja.
Tú te habías
fijado en ella: una chica para un cuento.
Nunca la
conociste. Pocos la conocieron
Si no era a
través de los oídos y la máscara hambrienta
De su perro
alsaciano. Tú ni siquiera la habías visto.
Tú tan solo te
encogías
Cuando el
demente animal se impactaba contra la puerta
Mientras
atravesábamos el pasillo
Y la oíamos
ahogarse en un infinito odio alemán.
Aquel sábado en
la noche abrió su puerta
Apenas unos
centímetros.
Susan se
encontró con sus ojos negros, con el triste
Sobrepeso y la
cara amorosa que se veía
Al otro lado de
la cadena. Se cerró la puerta.
La oímos
consolar al carcelero en su celda,
En su guarida,
esa en la que apenas unos días después,
Lo ahogaría en
gas, se ahogaría ella misma.
Susan y yo
pasamos esa noche
En la cama de
nuestra primera noche. No lo había vuelto a ver
Desde que nos
tumbamos en ella la noche de bodas.
No me la llevé a
mi propia cama.
Se me ocurrió
que con el fin de semana
Pudieras
aparecer en una visita sorpresa.
¿Apareciste para
tocar en mi ventana oscura?
Por eso me quedé
con Susan escondiéndome de ti
En nuestro lecho
conyugal, el mismo
Del que en tres
años se la llevarían a morir
Al mismo
hospital en el que,
En doce horas,
Yo te
encontraría muerta.
El lunes en la
mañana
La llevé al
trabajo, a la City
Y después
estacioné el auto al norte de Euston Road
Y volví a donde
mi teléfono me esperaba.
Lo que pasó esa
noche, en tus horas,
Nadie lo sabe,
como si nunca hubiera ocurrido.
La acumulación
de toda tu vida,
Como en un
esfuerzo inconsciente, como en el nacimiento
Que pasa lento,
que atraviesa la membrana de un segundo
Hasta el
siguiente, ocurrió
Sólo como si no
pudiese ocurrir,
Como si no
estuviera ocurriendo. ¿Cuántas veces sonó
En mi habitación
vacía el teléfono
Contigo en el
tuyo oyendo el tono
Y a ambos lados
una memoria que se desvanece
De un teléfono
sonando
En una mente que
ya estaba muerta.
Cuento las veces
que fuiste hasta la cabina
Al final de
Saint George.
Ahí estás
siempre que miro, apenas
A la salida de
Fitzroy Road, cruzando
Entre los
montículos de azúcar sucio.
Con tu largo
abrigo negro,
Con la coleta a
tus espaldas,
Con tu andar que
no se mueve ni despierta
Y nadie más
anda,
Andando por las
escaleras de Primrose Hill
Hacia la cabina
de teléfono a la que nunca llegas.
Antes de
medianoche. Después. Otra vez
Y otra y otra
vez. Y, ya cerca del alba, otra.
¿En qué posición
de las manecillas de mi reloj hiciste
Tu último
intento,
Ya más allá de
mí capacidad de escucharlo
Y agitaste la
almohada
De esa cama
vacía? ¿Una última vez
Que rozó apenas
mis papeles y mis libros?
Cuando llegué el
teléfono ya estaba dormido.
La almohada
inocente. Dormía mi habitación
Henchida de la
nevada luz matutina.
Encendí el fuego
y saqué los papeles.
Y apenas había
comenzado a escribir cuando el teléfono
Se despertó como
alarmado,
Como recordando
todo. Tomó vida de nuevo en mi mano.
Y después, como
un arma elegida cuidadosamente
O como una
inyección,
Depositó con
frialdad sus cuatro palabras
En lo más
profundo de mi oído: “Su esposa ha muerto”.
— Ted Hughes.