Aforismos ociosos
para un día de asueto
Que
la poesía, como niña en tobogán, se deslice
en los rubios caireles
de
la mujer cuya sombra desvestiré esta noche
que
una carne a otra pueda revelarle sus secretos
baúl
de tegumento, como arcanos tesoros
exhumados
por
medio de ráfagas de besos y caricias
que
los jadeos en el proscenio de la
garganta
se
esculpan en la arcilla de un beso
que
los titiriteros del poder y sus marionetas
sigan
creyendo que nunca pasará nada
que
lo más ordinario que los amantes recojan en sus horas de delirio
sean
escombros de estrellas vagabundas
que
las manos cuyas sombras dan más luz que el sol
iluminen
esta frente derramada en oscuridad
que
el disléxico sudor del sexo deletree con
corrección su nombre
que
los poros de tu piel sean volcanes
y
hagan erupción por la persona adecuada
que
no sean en vano
la
decapitación de los dientes, nuestros sueños puestos a prueba
las
utopías lastimadas ni la insolación de
las ilusiones
y
que a los canallas los cubran balas y olvido
Que
la poesía se desmarque totalmente
de los políticos
de
sus discursos glaciares, que son
témpanos alfabetizados
de
sus estafas patentadas y de la esquizofrenia de sus trajes importados
de
su risa mórbida y de su caspa
que confabula
que
los señuelos de victoria en victoria pudiéramos convertir
que
el cardumen de una lengua que gira en el agua cónica
de
unos trasnochados y briagos senos
pudiera
aplazar el fragor del tiempo o, en su defecto, distraerlo
que
las caricias que no te dieron se
transfiguren
en
el caótico hervor del té que beberás
en
los fractales de las olas que tus pies desbaratan
en
el susurro de placer del mueble donde te sientas
que
un simple beso de quien ames acuñe tus latidos
que
un relámpago de estupor me atraviese de
una vez
para
que lo que quede
pavesa
balbuciente o laberinto que extravió su propia salida
pueda
tener un poco de paz
que pueda
saciar mi sed con saliva de mujer
que
la eternidad se pueda encontrar entre los minutos 25 y 26 del reloj
o
en la despeinada liturgia de los sexos que se machihembran
que
las cosas que no sirven para nada como
el ocio, como la poesía
se
vuelvan imprescindibles
y
que a los canallas los cubran balas y olvido
Que
un jirón de viento exiliado traiga
aunque sólo sea
el
recuerdo del eco de una estrofa de un
verso
que
un poeta escribió en un papel ya quemado
que
la política sea otra cosa que esta
farsa de trásfugas
demagogos
transgénicos con poder trastornado
que
produce ciudadanos transidos
que
pueda aderezar mis comidas con unos gramos de sarcasmo
y
una pizca de contradicción
que
un par de senos desnudos corrijan el estrabismo
que
el estrabismo exista sólo para ser corregido por dos
senos desnudos
que
esos que promueven las guerras estén en la primera línea de batalla
a
ver si, en caso de sobrevivir, siguen con sus afanes guerreros
que
pueda beberme el otoño que está a la
vuelta de la esquina
y
a la estupidez la arrastre el viento
como a las hojas secas
que
una causa probable de mi locura sea tu programado abandono
que
pudiera reunirme con algunas gentes que ya fallecieron
como
en una plática cotidiana, luego de comer en la casa familiar
y
que a los canallas los cubran balas y olvido
Poblado sin gatos
Lo
que él en aquel tiempo sabía de la
muerte
a su corta edad
era
el auto que atropelló a su gato atigrado
y
el pesado sueño de su abuelo en su caja
de madera
pero
el gato al día siguiente estaba echado en su rincón
los
gatos tienen nueve vidas, le aclaró una
tía
tu
abuelo trabajó toda su vida y debía descansar
le dijo su
madre, y llovía café de sus ojos marrones
Al
parecer, la inmortalidad era posible
se
podía hacer con la muerte un pacto, como su
gato
o
vivir en un sueño, como su abuelo
Hasta
que ellos vinieron
venían
con policías y venían de las tierras a
apropiarse
porque
los grandes no consintieron que de ellas dispusieran
para
sus fechorías
El
pecho abierto en flor de su padre
le enseñó en realidad lo que era la muerte
Dicen
algunas gentes, por lo bajito, que los policías
quemaron vivos a los campesinos más bravos
y
esparcieron sus cenizas en el monte
para
que nadie supiera qué les había pasado
Con
todo y su puñado de vidas, qué miedo
habrán tenido los gatos
de
esos hombres
que
todos se fueron del pueblo…
Ocho a cero
Hay
veces en que los excesos químicos
ganan
por goleada
la
conciencia queda reducida a papilla
y
nos cubre una epiléptica penumbra
El
saldo de una botella de licor y una mujer bezuda gritando que no
una contumelia
y sangre escapándose de un difuso
cuerpo
se
alternan en el mapa indescifrable de nuestra mente
Luego, llega el muchacho de la luz y nos la corta,
de súbito
ni
siquiera alcanzamos a pensar si
despertaremos de nuevo
o
si queremos despertar
sin
embargo, sucede lo impensable, lo inesperado
el
muchacho de la luz, la reconecta
y
eventualmente, un ojo apretado como
culo, se abre, flor pútrida
y
con la explosión de conciencia
viene
la pregunta
qué
atrocidad habremos cometido ayer