lunes, 15 de agosto de 2016

Besando la llaga abierta de Víctor Solís Tapia

                                
     
                                                              
                                                      Rape me; Nirvana.     

A don Alberto le explican
…que por las circunstancias de lo sucedido es imposible conseguir u otorgar la dispensa legal. Forzosamente se tiene que seguir el procedimiento establecido por la ley. Para evitar complicaciones o algún malentendido mayor.
   A don Alberto le dicen
…que el presidente municipal pone a su entera disposición una patrulla. Para no perder tiempo y así llegar lo más pronto posible al semefo de la región.
   A don Alberto le hacen ver
…la indignidad de hacer el viaje en camioneta. Preferible de una buena vez contratar los servicios de la funeraria. Que ellos sean quienes vayan y vengan. Aparte, la ventaja de regresar con el cuerpo en su ataúd. Pues allá está el negocio matriz.
   A don Alberto le avisan
…de la llegada de la carroza fúnebre. Sube en ella. Desea y necesita hacer ese viaje, de su pueblo Zacoalco, a Zapotlán el Grande. Donde se encuentra el semefo regional, en la facultad de veterinaria, en el centro universitario de la región del sur. Don Alberto desea y necesita acompañar a su Mariana.
   A don Alberto no le importa
…el vacío plantel escolar. La soledad de los pasillos, la falta de alumnos y personal docente o administrativo. No le interesa la fiesta de la ciudad. No quiere saber de los carros alegóricos ni del señor San José. Le pesa ese festivo día de octubre. A don Alberto sí le importa cuando los de la funeraria entran a ese improvisado anfiteatro, cargando en la camilla a su Mariana.
   Don Alberto espera
…sentado. Con los codos sobre las rodillas. La espalda inclinada, el sombrero entre las manos, girándolo; despacio. Tiene la vista clavada en el piso de azulejo, en el angosto y pequeño canal que rodea la mesa de disección. En el agua y los hilos de sangre que despacio gotean en el desagüe. Respira; larga y profundamente. Exhala, entrecerrando los ojos; inhala esa tan aséptica limpieza. Don Alberto espera en el salón de anatomía.
   Don Alberto entró
…al ver la puerta entreabierta. Después de salir el doctor que dijo iría a su oficina, “se ocupa la firma del emepé. En lo que llega aprovecho para revisar unos papeles”. Después de salir los de la funeraria que dijeron tenían hambre, que irían a las tortas, “¿no gusta una don?, si quiere se la traemos”. Don Alberto no aguantó la tentación de entrar. De estar con su Mariana.
   Don Alberto escucha
…el silencio que lo envuelve. Oye y siente el vacío de ese enorme salón, de su pecho, en su estómago. Espera con paciencia; al médico y a los de la funeraria. Don Alberto escucha caer una gota tras de otra, cada vez más espaciadas, cada vez con menos fuerza.
   Don Alberto siente
…el aire húmedo y frío. La mirada del conserje que brevemente se asomó por la puerta. Las yemas de sus dedos sienten la palma del sombrero, con las uñas rasca los hilos del mismo. Don Alberto siente dentro de él, allá muy adentro.
   Don Alberto mira
…las ventanas, los árboles, por todas partes los pequeños cuadros de azulejo. Blancos azules rojizos. La bata arrugada sobre el respaldo de la silla. Mira y recorre  el desnudo cuerpo frente a él: las piernas la cadera el torso los brazos. El pelo. Don Alberto mira a Marianita, su hija.
   Don Alberto recuerda
…que hace más de dos años murió Mariana, su esposa. De cáncer de seno. Prefirió dejárselo avanzar y de ese modo ofrecerle un sacrificio al sagrado corazón, al señor a Dios y a la virgen. No olvida los trapos con sangre y pellejos, en el lavadero; a diario. Ni el boquete de carne viva en el costado de Mariana, su mujer. Don Alberto recuerda la mañana de hoy. Despertándose crudo, yendo al patio a orinar. Y luego de hacerlo descubrir en la viga del tejaban la soga y en ella, a Marianita, su hija; suspendida en el aire. Flotando igual que su largo cabello… Don Alberto se levanta, deja el sombrero en la silla. Se acerca al borde de la mesa y contempla
…la gruesa y larga cicatriz recién hecha. Recién cosida. Que va desde el pecho hasta el vientre de Marianita, su hija. Contempla su cuerpo, quiere verla niña pero se da cuenta que a sus casi diez y ocho es una mujer. Don Alberto la contempla y se pregunta ¿cuándo fue que creciste…?
   Don Alberto toma en la mano un mechón de cabello, lo revuelve entre sus dedos y se reclama
…por ignorar los sentimientos de Marianita. Por no poner atención a sus juntas. A sus amistades. Por ahogar en tequila música y parrandas la atención que su hija ocupaba. Por no hacer caso a las habladas y los chismes de la gente en el pueblo. Tantas veces le dieron a entender… la comadre le dijo que le había dicho a Marianita su ahijada que ese muchacho no le convenía, “nomás la iba a usar…” el compadre le contó que los habían hallado en la calzada…
   Don Alberto piensa
Marianita de seguro tiene frío. Se quita la chamarra de mezclilla y la cubre, suavemente. Piensa en lo que pudo y debió decir. En aquello que calló y no hizo. En haber podido compartir en lugar de exigirle. Don Alberto piensa que no pensó.
   Don Alberto se acerca
…para besar la frente de Marianita, su hija. Para llenarle el rostro de llanto, con las lágrimas de cuando novio le gustaba untar en las mejillas de Mariana, su mujer. Lágrimas de sueño y risas en aquel entonces, no de dolor y pérdida como ahora. Don Alberto se acerca y besa el rostro de Marianita su hija; tan parecido y tan igual al de Mariana su mujer. Don Alberto besa y abraza a Marianitasuhija a Marianasumujer a MarianitaMarianaMarianitaMarianaMarianita…


*Se sugiere una segunda lectura de este cuento, teniendo como fondo la canción rape me del grupo de rock Nirvana. Escucharla dos veces seguidas y  leer el resto en silencio.