Estoy plenamente convencido de que las may ores
innovaciones y revoluciones surgen de instantes y gestos mínimos. Esto no es
menos cierto en literatura. Don Quijote fue uno de tales gestos, y puede que
éste, a su vez, haya nacido de una pequeña gran
epifanía de Cervantes al cruzarse en
las calles de Salamanca con un loco de El entremés de los romances, o un grupo
de alumnos persiguiendo un perro, o un carnaval.
Visiones así debieron disparar nuestra modernidad,
como acaso de una broma surgió también nuestra ultramodernidad. Nuestro idioma
nació con la risa erasmiana de Cervantes, como el inglés con Falstaff y
Cheshire. Nuestra lengua sigue viva y en constante renovación porque hay
personas que se atreven a cuestionarla y otras tantas que se atreven a jugar con
ella.
Hoy, tres lustros después de aquel auto de fe en las
aulas de Salamanca, y casi una década luego de que el presidente de aquel mismo
tribunal tomase en su mano el rejuvenecimiento de nuestra lengua desde la
dirección de la Real Academia Española, la voz
ningunear figura en el Diccionario de la Lengua, definida con una dignidad
americana que algo tiene de reclamo autobiográfico cervantino contra la rigidez
académica: « No hacer caso de alguien, no
tomarlo en consideración. Menospreciar a una persona»
. Hoy, aquel ninguneo es pleno reconocimiento. Con frecuencia me engaño
pensando que algo tuve que ver con esto, aunque importe poco más allá de un
afán autojustificatorio y hasta vindicativo. Lo cierto
es que de un tiempo acá los insectos hemos entrado al fin en las aulas de los
entomólogos, como el español ha demostrado ser ante todo
una lengua americana. Sólo queda al humor vencer en su quijotesca gesta contra
la corrección política y la obsesión por la pureza. Pero ya veremos.

La lengua que nace de la consagración finisecular de
Cervantes en esta versión refrescada de la academia es una lengua moderna,
diríase que es casi un contralenguaje que pone en su justo sitio a quienes
aprietan desde abajo el tubo del dentífrico de la lengua, una lengua que
reconoce la síntesis de lo real y de lo ideal, una lengua orgullosamente
hermanada con el humor y manchada, una lengua por cuy os contrastes pueden
unirse al fin las palabras, las cosas y los hombres. Una lengua, en fin, viva
gracias, a pesar y a través de la institución a la
que hoy, insecto al fin, impuro al fin, contador de
historias y frecuentador de chistes malos, me honra pertenecer.
Ignacio Padilla
Santiago de Querétaro, 2012
Texto tomado de Cervantes & compañia de Ignacio Padilla
Gif: Romina Cazón