Apprentices
(They shoot horses, don´t they?)
Llueve.
En Chicago hace menos veinte grados.
Es un problema extensible a Nueva Inglaterra.
Llueve.
Sospechamos la existencia de un paisaje lunar,
muy lejos, al sur,
más allá del horizonte
(donde nuestras fincas azules
limitan también con la NASA):
sonidos a las tres de la madrugada,
procedentes de autopistas acaso invisibles,
escenario, hoy,
del traqueteo de cascos de los caballos:
se oye todo, en una alucinación muda,
y, en este western,
surge el milagro de la vida:
aquí, en el sur, también llueve,
y, en paralelo,
percibes igualmente cómo brota, de este suelo azul,
el agua nocturna.
Los caballos beben entonces deprisa,
entre destellos,
en un entorno mágico.
Y ¿llegan a echar de menos? el calor extremo,
y relinchan;
un tiempo después, de nuevo su
trote:
han de volver a la luna.
Las lluvias han sido constantes,
durante toda la jornada,
sobre todo por la tarde
(es necesario, en esta frontera,
el uso de cadenas.
Y de un Muro,
¿no?).
No sé cuánto tiempo llevo en
este cementerio de automóviles
Nueva York parece una
jaula, ¿no?
Canto, aquí, a lo lejos,
a la ciudad que nunca
duerme,
a la barba de Whitman llena
de mariposas,
al rugido de la urbe en
anárquica policromía,
a ningún millón de
muertos*.
Me encuentro una nariz de
payaso.
También chatarra.
¿Cuántas perspectivas del
skyline llevo?
¿Tantas como torres,
de la mano invisible del
mundo,
acaso?
Oigo una conversación,
acerca del precio del
hielo.
Vd. (Sra. Muerte) y yo
estamos en un terraplén.
* Dámaso Alonso dixit
Militantes
Ha sido un día… complicado.
Una manifestación. Multitudinaria. Huimos a primera hora de una serie
uniformada de elefantes y pedestales. Esto bien podría haber sido ser un
indicio de lo que estaba por venir. Sabemos dónde quedan ahora los cuervos, no
tanto cómo llegar hasta ellos (y desmadejarlos, o por lo menos tratar de
derribar el mito). No vamos a discutir obviedades: si pasamos por el Tribunal
Supremo, ellos terminarán por leernos el pensamiento. Probablemente hayamos
dejado huellas en el camino que demuestren nuestra presencia aquí (uno de los
cuatro mayores imperios de la Historia de la Humanidad, venido
significativamente a menos). No sabemos comunicar en detalle dichas
sensaciones. Entramos en un tres estrellas Michelin, en el que un pasillo da a
un salón lleno que da a un pasillo que da a un espacio abierto que da a un
cementerio godo. Y, entonces, uno de mis camaradas es risa de fuego. En
ocasiones tenemos la sensación de que alguien nos vigila, o nos persigue. Y nos
preguntamos si no habremos estado durmiendo sobre cuchillas durante todo este
tiempo. El mediático chef, su figura, se distingue a través de un biombo: está
contemplando su polla, y contando baldosas, frente a una bombona de nitrógeno.
Somos líderes de opinión: autorizados por tanto a no darnos cuenta. Pagamos
esta fantasía con tarjeta. Necesitamos, acaso, verosimilitud en la puesta en
escena de todo esto, sin embargo proseguimos sin descanso ni arrepentimiento
nuestra marcha. Ya en la frontera, conseguimos mirar hacia atrás. El cielo es toda
una manta sucia; la luna y algunos hombres se desplazan sumisos hacia el mar.
España, España, España… O el niño algo próximo a ser liquidado: se reinventa
frente a sus cabras tras haber tenido que dejar los estudios. Miguel Hernández
convertido pronto en llegada de las tinieblas y no del día.
Ts Hidalgo (45).
Economista y MBA por el Instituto de Empresa. Máster en Escritura Creativa por
el Hotel Kafka. Certificate in Arts Administration por la New York University.
Ha publicado en revistas literarias de EEUU, Brasil, Canadá, México, Argentina,
Colombia, Chile, Venezuela, Nicaragua, Alemania, Gran Bretaña, Francia, España,
Irlanda, Portugal, Rumanía, Turquía, Nigeria, Sudáfrica, Zambia, Botswana,
Zimbabwe, India, Singapur y Australia. Finalista del certamen de novela del
Festival Eñe. Ganador del certamen de microrrelato Criaturas feroces, de la Editorial
Destino.